Cuando las urgencias clasificatorias aprietan y te visita un tetracampeón de Europa en una noche que promete tanto, todo lo anterior queda en un estéril segundo plano. Es como apretar el botón del reset. Perder un derbi en noviembre, estando lejos de la situación esperada, aunque también en una cómoda mitad de tabla liguera, simplemente exige echar la bilis acumulada por el agravante de la reincidencia y tratando de controlar al histérico forofo que uno lleva dentro, volver a juntarte con tus colegas de verdad enfrente de San Mamés y, si no vas a conducir, tomarte un par de cervecitas para emprender el viaje de vuelta, decepcionado, pero ya con las pulsaciones bastante más bajas. Ya lo decía Leo Harlem, si te sale bien el examen, un cubata. ¿Que te ha salido mal? ¡Dos!
Para una persona como yo, que ha honrado la preciosa camiseta del Ajax en su sucursal donostiarra de Aldapeta, adornada con la ikurriña del brazo, con lo bien que pegaba con su rojo encima del blanco de sus mangas largas y el 10 a su espalda, hoy se cumple una ilusión que llevábamos mucho tiempo esperando. Nada más y nada menos que el Ajax, uno de los cinco equipos que han ganado los tres torneos continentales de toda la vida: Copa de Europa, Recopa y Copa de la UEFA, junto a Bayern de Múnich, Chelsea, Manchester United y Juventus.
Con la singularidad de que lo ha hecho con una filosofía convencida de trabajar con los jóvenes y un estilo reconocible siempre basado en el buen gusto y el cuidado del balón. Auténticos hedonistas y sibaritas del fútbol. En su huella anida el origen del juego moderno txuri-urdin en un camino que emprendió la Real probablemente con el cambio de Martin Lasarte por Philippe Montanier y que perfeccionaron Eusebio Sacristán y, sobre todo, Imanol Alguacil.
Como en nuestra casa, el Ajax también ha contado con varios gurús que han ido puliendo su majestuosa obra. Por encima de todos ellos, su más importante predicador, Johan Cruyff. “El inventor del fútbol moderno”, “el hombre que cambió el fútbol”, “el creador del fútbol total”, “el hombre que pensaba con los pies” (dicho como un elogio)… La mejor definición la proporcionó Tuttosport que le despidió así tras su muerte: “Gracias, Johan, eras como los Beatles”.
En resumen, un genio con un carácter indomable. Comprendido e incomprendido a partes iguales. En clave realista y al igual que Roberto Olabe, una figura que desgasta y se desgasta. Capaz de borrar en la pizarra lo que había escrito Bradley, un entrenador a la vieja usanza inglesa que tuvo en Estados Unidos, para dar su propia charla y transmitir sus propios conceptos tácticos a sus compañeros. O que bajó al banquillo del Ajax que entrenaba Leo Beenhakker en un partido que perdía por 1-3 y comenzó a corregir sus planteamientos: “Todavía siento no haberle dado un puñetazo delante de las cámaras de televisión”, dijo el exmadridista años más tarde. El partido acabó con victoria por 5-3 para los de la barra roja. Imagínense, al lado de esto, el rifirrafe de Imanol y Oyarzabal en Bilbao se queda una simple discusión de madrugada por pagar un mísero zurito mal tirado y sin espuma.
Siempre me he considerado fan de sus anécdotas, aunque por momentos su personalidad y su ego fuesen insoportables. Era un motivador extraordinario sin elevar la voz. Le gustaba apostar por pequeños objetivos con sus pupilos. En un partido en Tenerife, le retó y se jugó 100.000 pesetas con Stoichkov a que no marcaba. En el descanso, con 0-2 en el marcador, le cambió y le dijo: “Me debes 100.000 pesetas”. Imagínense los juramentos del búlgaro, que de genio iba sobrado también.
Yo me identifico con él en alguna cosa, como cuando fue la primera persona que le puso a su hijo un nombre catalán, algo que estaba prohibido durante la dictadura. En realidad tenía que ponerle Jorge, pero el niño ya había sido inscrito en el consulado holandés como Johan Jordi y, como contaba con la doble nacionalidad, el registro tuvo que tragar con Jordi. Cuentan que le dijo al funcionario: “Si escribes algo y yo lo tengo que firmar, entonces lo escribes como yo quiero”. A mí me pasó lo mismo, mi aita me cambió el Mikel, mi nombre de cuna, por el Miguel que le obligaron a apuntar en el registro.
Imagen de archivo de Johan Cruyff.
A la leyenda Cruyff siempre se le ha asociado al dorsal 14. Al principio llevaba el 9, hasta que cayó lesionado y en su ausencia pasó a la espalda de Gerrie Mühren. Ya recuperado, prefirió no volver a usar ese dorsal y el día que reapareció, en un partido contra el PSV, se decantó por el 14 que jamás abandonaría en el Ajax ni en la selección holandesa. Esto poco o nada tuvo que ver con que en el Mundial de 1974 su camiseta llevase dos bandas en las mangas en lugar de las tres de Adidas, marca que les vestía, porque Johan tenía contrato con Puma.
El 14 en la Real lo lleva Kubo, quien, como el Flaco, también lució otros dorsales hasta encontrar uno que encajó a la perfección. No se me hace fácil escribir del extremo, porque colaboro con un medio japonés para el que tengo que redactar un artículo sobre cada encuentro en el que participa. Recuerdo que cuando le entrevisté a Aperribay, unos criticones censuraron que le había hecho demasiadas preguntas sobre el nipón. Ya se lo explico ahora, concretamente casi 100 euros más de preguntas… Casi como la apuesta de Stoichkov.
Hay cosas que se me están escapando este curso con Take. Y entiendo que es porque Imanol acabó la pasada campaña con su reconocida en privado sensación de que se le había caído la banda derecha tras la disputa de la Copa de América y Asia. No volvieron a ser los mismos ni Traoré ni el nipón. Tampoco le falta razón.
Pero, como declaraba Westerveld en un medio de su país, “es extraño que Kubo aún no juegue en la Premier League”. Y estoy de acuerdo con él. Llevo bastante tiempo extrañado porque al japonés muchos no le conceden el status que merece en la Real. No sé si de estrella, porque sinceramente este equipo cuenta con un pivote de un nivel mundial (Valverde marcó como prioritario que Djaló le apretara en la presión) y porque la leyenda de su 10 todavía puede aportar mucho más a este equipo, pero Take es de largo el realista más desequilibrante e imprevisible de la Real. El que obliga al técnico rival a estrujarse el cerebro para tratar de frenarle y ahí están las imágenes del enfado de Txingurri cuando logró trazar su primera diagonal sin que Yuri le parara (mandó calentar a Lekue del calentón). Lo digo porque sigo sin asimilar cómo es posible que con el 1-0 Imanol prescindiera del japonés en Bilbao. Hasta el punto de que, en el campo, no me di cuenta de quién había sido el que había salido junto a Barrentexea y no pude reprimir un bufido de incredulidad cuando me lo comunicaron.
Kubo nunca falla. Podrá estar más acertado o menos, más individualista o más generoso, pero nunca fracasa, porque no deja de intentarlo. Es listo, competitivo, imprevisible, descarado, sale para las dos piernas, es polivalente porque puede actuar con solvencia de 10 y físicamente, como demostró ante el Barcelona con unos registros imponentes, se acerca a los niveles que exigen los gigantes. No oculto que a veces le falta sangre fría para mejorar su relación con el gol a pesar de sus condiciones técnicas.
Una vez en el descanso de un partido Cruyff le lanzó un reproche a Michael Laudrup: “Pero míster, ¡si solo he perdido un balón!”. “Pero era el más importante”, le contestó el holandés, al que tildaban de Dios porque no se le podía replicar nada. Creo que le exigimos demasiado a Take y no le pasamos sus errores o malas tardes. Cuidemos a Kubo y seamos conscientes del nivel de futbolista que tenemos en nuestras filas. Porque el día que se vaya le vamos a echar mucho de menos y nos vamos a dar cuenta de lo realmente bueno que era y su importancia capital en el juego txuri-urdin… Noche grande de fútbol del bueno en Anoeta. ¡A por ellos!