Lo comenté hace unos meses. Un día estás tan tranquilo en casa y de repente te enteras de que Mourinho se ha convertido en el nuevo entrenador de la Roma. O lo que es lo mismo, que tu equipo preferido del extranjero ha sido secuestrado. Con este mequetrefe sí que se aplica la máxima de vender tu alma al diablo. Porque en su afán de alcanzar la gloria con la cuestionable fórmula del fin justifica los medios, este entrenador de éxito, porque no admiten discusión ni su capacidad ni sus resultados, cambia por completo la esencia de cualquier club para convertirlo en un cortijo particular en el que impera su dictadura. El problema es que como gana, su mensaje cala entre los desfavorecidos del fútbol. La Roma es uno de los grandes de Italia, pero nunca ha sido un club ganador. Algo muy mal he tenido que hacer últimamente o en otra vida para recibir el castigo de disfrutar de una experiencia soñada en el Olímpico de la capital italiana y que los secuestrados eliminaran a mi querida Real. Por eso llegué a la final de la Europa League sin haber logrado superar el resquemor por el disgusto y, por si fuera poco, la inesperada presencia más que en el banquillo, en el trono rival, de Mendilibar, uno de los nuestros, me hizo decantarme por el Sevilla.
El luso no tardó en intentar jugar con sus cartas marcadas en las horas previas. Primero ensalzó la figura de su oponente: “Desde que llegó Mendilibar al Sevilla ha cambiado todo. Tácticamente es un honor jugar contra Mendilibar, porque para mí representa un grupo de entrenadores, que son tantos, con grandes trabajos en equipos pequeños, sin posibilidad de ganar títulos, y se pasan una carrera así. A la primera oportunidad que ha tenido de trabajar con grandes jugadores, en un gran club con historia, está en una final de Europa League. Para mí no es una sorpresa que haya llegado a la final de la Europa League, es un entrenador muy bien preparado, con sus ideas muy simples, claras, objetivas y pragmáticas”. Para, en la misma intervención, poner en duda la irrebatible realidad de que el presupuesto de la Roma es superior al del Sevilla.
Lo que sucedió después ya forma parte de la leyenda negra del fútbol europeo y, sobre todo, del preparador luso. Tan mal ganador como perdedor, Mou trató de limpiarse las manos de su primera derrota en una gran final europea culpando al árbitro. Los que me conocen saben que soy muy crítico con la labor de los colegiados, pero hacía mucho tiempo que no asistía a una actuación tan magnífica de uno de ellos como la de Anthony Taylor, en una situación de máxima exigencia, porque los romanos buscaron condicionarle con mucha agresividad e insistencia desde el minuto 1. El show en el que parece irse a pegar con el banquillo sevillista cuando en el fondo es un cobarde que, como mucho, mete dedos en los ojos a traición, sus exageradas protestas por todo, el ir a felicitarle a Mendilibar cuando Montiel iba a lanzar la pena máxima decisiva, el pasar del protocolo y renegar de la medalla de plata y, lo peor de todo, el esperarle en el parking para increpar al trencilla como ya hizo en el Camp Nou en 2012 exigen y merecen un castigo severo y ejemplar. Al menos esta final ha desenmascarado definitivamente al villano favorito que nos vendían muchos desde Madrid para confirmar, al que aún no lo sabía, que Mourinho es un auténtico imbécil. Niños, ni caso, llegar a la final ya es un gran éxito a pesar del trauma de perderla y los que se quedan en el camino no fracasan si lo intentan hasta el último minuto y dan todo de sí.
Prefiero quedarme con el lado bueno de la moneda. Llevo días viendo en bucle vídeos de Mendilibar en la celebración (el de “estos cabrones me echan” del balcón es delirante). En una reciente entrevista en Relevo, le preguntaron por dónde estaba la chaqueta con la que aterrizó en Sevilla: “Está ahí, en la habitación. ¡Cómo me la voy a volver a poner con el calor que hace! Voy siempre en polo… Pero el polo que llevo no siempre es el mismo, que le veo venir. Tenemos cuatro juegos de polo y pantalón de chándal. Y voy cambiando. No me pongo siempre el mismo porque ganemos… No tengo supersticiones de ese tipo. Eso sí, siempre con manga corta. Fuera y en casa”.
En la previa de jugar contra el Madrid, analizó la mejoría del equipo con una humildad emocionante: “Ganamos tanto porque estos tíos son buenos de cojones. Podemos ganar hasta no jugando bien. No sé si dimos normalidad, sencillez, facilidad y los resultados nos ayudaron. El afrontar tantos partidos en tan poco tiempo nos ayudó a que jugaran casi todos y se sintieran integrados. Los que no son buenos tácticamente lo suplen con la correa que tienen. Físicamente son la hostia…”.
Mendilibar lo pasó peor en la Feria de Abril que en la final de Budapest: “Con 40 grados. Con traje. ¡No entiendo cómo puedes estar de maravilla cuando estás sudando por todos los lados! Yo miraba y pensaba: Solo sudo yo. Pero no, sudaba todo el mundo. Encima los sevillanos, los andaluces, no se cortan. Estuve cinco horas en la caseta de Iván Rakitic… Estuve muy bien, nos trataron de maravilla, pero no estoy acostumbrado a tanta gente, tanto calor… Me parece un poco agobio, quizás por cómo soy yo”.
Por último, reconoció que los piropos le estaban poniendo un poco nervioso: “Me siento como un gilipollas. Llevo 20 años en Primera División y parece que no me conocía nadie y ahora, por estar en el Sevilla y haciendo lo que estamos haciendo… Lo que hice en el Eibar es tanto como lo que estoy haciendo en el Sevilla. Lo que pasa es que vosotros vivís de la opulencia y de los bajos fondos no vivís”.
Imposible no asociar a nuestro Imanol con el triunfo de Mendilibar. El mismo perfil bajo, cercano, natural, humano y con esas reacciones sentimentales o viscerales que no tienen ningún componente teatrero. Si Mendilibar sitúa al mismo nivel de mérito el llevar al Sevilla a la final con estar cinco años en Primera con el Eibar, yo me pregunto, ¿dónde colocamos las cuatro clasificaciones europeas consecutivas de la Real, con el sobresaliente pasaporte para la Champions? Rememorando la famosa conversación que mantuvieron presidente y entrenador en el mismo césped de la Cartuja tras levantar la Copa, en la que el primero le incidió en que “ahora tenemos que certificar el pase a Europa”, toca pensar y centrarse en cuál es ese “paso adelante la próxima temporada” que no ha tardado en volver a exigirle en la zona mixta del Metropolitano.
Imanol es una versión 2.0 del gran Mendilibar, que esta tarde va a disfrutar con el último tributo que le falta por recibir, el de los suyos (quién sabe si por fin consiguen que se rompa, ya que sus pupilos bromean diciendo que los vascos no lloran; que se preparen que igual alucinan con Illarra).
Un proyecto inmaculado con buena gente y mejores profesionales, buenos ganadores y buenos perdedores, grandes educadores y formadores nos ha llevado a tocar el cielo evitándonos hasta el sufrimiento de una posible última jornada dramática. Pero un debe. Si uno de los objetivos es no perder la esencia Real a pesar del éxito y la nueva dimensión en la que han introducido al club, en esto también entra que Imanol dé al menos una entrevista al año a los medios (no puede ser que ejerza de portavoz de la entidad y que hable solo en recurrentes y frías ruedas de prensa), que Olabe se fume su comparecencia del inicio del mercado de invierno como si nadie se hubiese dado cuenta, que el presidente lleve años sin estar cara a cara con varios medios locales (no todos, obvio) y que el entrenador tenga cerradas a cal y canto como nunca había hecho nadie las instalaciones de Zubieta. Porque el verdadero mérito de esta Real estriba en su auténtico punto de origen y en la inquebrantable conexión con su afición (a Zubieta no solo van los medios, meros intermediarios, también muchos hinchas que quieren ver de cerca a sus ídolos). Y eso nos gusta desde siempre porque nos hacía ser algo diferentes. Una de las claves está en mantener y fomentar esa cercanía (es que ni en la última semana con todo el pescado vendido). Que nuestro entrenador es el Mendilibar de Orio y no tiene nada que ver con el odioso técnico de Setúbal, que solo piensa en vencer, y hay cuestiones en las que es mejor ceder a tiempo para que todos nos podamos sentir más partícipes de vuestra gloria. Pequeños detalles a pulir camino de la perfección, a quien corresponda… Eskerrik asko por tanto, Real. ¡A por ellos!