“We go to the montaña, nous allons a la montagne, vamos a la montaña”, decía muy serio el taxista que subía a las plantaciones de hachís a la protagonista en la tronchante película Bajarse al moro (es de 1989, entiendo que muchos no tengan ni la más mínima idea de lo que estoy hablando).

Montaña de emociones

Los que me conocen saben de lo que hablo, porque es la típica frase que se me pegó en su día y la suelo repetir bastante. Una montaña en la que había un parque de atracciones siempre depara emociones fuertes. Si ha vivido incluso todos unos Juegos Olímpicos, su magia y su mística se multiplican. “Cuidado, entran ustedes en una zona de gloria”, debería indicar una señal en plena subida.

Imanol Alguacil, durante un entrenamiento en las instalaciones de Zubieta. Real Sociedad


En el Bernabéu también podrían colocar avisos de ese tipo porque, como dijo un realista, cada día se parece más a Disneyland, donde los sueños se cumplen. Lo tremendo es que para los locales estos se repiten con una reincidencia paranormal sobre todo en la Champions, su competición fetiche. Cada vez que los blancos obran otro milagro, casi siempre protegidos con la red que le permite el árbitro de turno que, por cierto, nunca reconocen (me lo contaba un buen amigo. Si todavía no admiten el atraco de 1980 que nos costó el primer título, como para aceptar lo sucedido en la jugada del Bayern), a uno le resulta inevitable evocar la gesta de la última Real campeona.

Como ya he comentado en más de una ocasión, son muchos los agonías que, con una rabieta más infantil que otra cosa, ponen en duda el valor de la Copa Para Siempre porque no se pudo festejar el triunfo en la final. Reconozco que suelen ser los derrotados que siguen sin ser capaces de digerir la dolorosa derrota ni incluso después de que su equipo haya logrado ganar toda una vida después.

Noche mágica

La Real de Imanol fue el último equipo que eliminó al sobrenatural Madrid en su estadio en unos cuartos de final antológicos. Y no se crean, lo tuvo que lograr gracias a que metió la friolera de cuatro goles en el templo de Concha Espina y a un gigante blanco, y que salió airosa del angustioso acoso y derribo de los minutos finales que han acabado con colosos como el PSG, Manchester City, Bayern o el mismo Barcelona.

Lo recuerdo como si fuera ayer, porque lo que sufrimos ese día dejó en un viaje subido a la vetusta Montaña Suiza de Igeldo el drama ante el Mallorca de esta temporada. De repente empezaron a aparecer todos los defensas en el área de Remiro y en mitad de las jugadas sin que los nuestros diesen abasto mientras éramos incapaces de comprender cómo un par de realistas no se presentaban solos desde el centro del campo ante su portero.

¡Qué mérito tuvieron los de Imanol y menuda hazaña inmortal alcanzaron! Esa sí que fue una buena realada. El mismo equipo que luego nos hizo campeones derrotando al eterno rival. O el mismo que fue el último en derrotar al imbatible e intratable Bayer de Xabi Alonso.

Gran sufrimiento

Para montañas escaladas, sin duda, la del Bernabéu de Florentino. Hoy toca hollar una cima con menos pedigrí en materia futbolística, que no deportiva, pero en la que vivimos uno de los mayores dramas de este siglo con aquel gol de Corominas en el descuento que evitó el descenso del Espanyol. Me acuerdo que escribí que por todos los medios había que evitar un sufrimiento extremo como el que se vivió ese día en el que llegamos a estar hasta preocupados por cómo salir de ahí intactos si se consumara la tragedia, y el equipo estuvo a la altura de mi petición; un año después cayó al pozo toda otra vida después de una campaña entera de tortura a pellizcos. Los pericos vivieron diez años de alquiler en Montjuic y lo acusaron sobre todo en materia de resultados.

El mayor éxito de Imanol es haber convertido a la Real es un equipo muy competitivo, que se siente capaz de ganar a cualquiera, que no se cree menos que nadie y que no entiende de maldiciones como la que imperaba en el Camp Nou y que duró más de 30 visitas. No me quiero ni imaginar lo que pensará y le ofenderá que le pregunten por el término de realada, al igual que a Luis Aragonés le perturbaba que le incidieran en el término pupas cuando lo ganó todo con la camiseta rojiblanca.

Tarde difícil

No me gustaría terminar sin lanzarle un guiño a César Luis Menotti, uno de los grandes referentes del fútbol mundial en las últimas décadas y una persona absolutamente admirable. Destacaba Brais en las horas previas el poder individual del Barcelona: “Sabemos que va a ser complicado, que es un gran equipo, aunque esta temporada no han estado al nivel que se esperaba, pero ves nombre por nombre e, individualmente, forman un gran rival”.

Y ahí está la clave para asaltar al equipo de Xavi en su destierro. Funcionar como un equipo, ser fiable como un reloj suizo, sacrificarse por y para el que tienes al lado y, como repetía el Sabio de Hortaleza, darlo todo y el que esté cansado, que levante la mano para que salga otro compañero”.

César Luis Menotti. EP


Menotti, que entrenó al Barcelona, era un sabio que amaba ver jugar bien al equipo que entrenaba. Era un hedonista del fútbol y de la vida, que creía en el aprendizaje y en la enseñanza para funcionar como bloque: “El que toca bien el violín, si tiene un buen profesor, va a tocar en una sinfónica; en cambio, si tiene a un pelotudo, va a tocar bien y nada más. Esto pasa en la música, en el fútbol y en cualquier lado. Las personas se rinden ante el conocimiento. Un entrenador genera una idea, luego tiene que convencer de que esa idea es la que lo va a acompañar a buscar la eficacia, después tiene que encontrar en el jugador el compromiso de que cuando venga la adversidad no traicionemos la idea. Son las tres premisas que tiene un entrenador. Napoleón no era un táctico, sino un estratega. Si tenía que cambiar, cambiaba. Eso vale para el fútbol también”.

Napoleón

Con sus fallos y con sus errores, podrá gustarte más o menos, pero si algo tiene Napoleón Alguacil es que ha confeccionado un plantel que sabe de memoria a lo que juega, que compite con destreza y fortaleza, con un técnico que toma muchas decisiones y en la mayoría acierta y que se recicla para seguir formándose y cambiar y mucho si hace falta. Sí, es cierto que el Barça cuenta con mejores jugadores, pero el duelo de banquillos, como ha quedado demostrado en los enfrentamientos estos dos últimos años, es nuestro. Ahí es donde se empiezan a vencer este tipo de partidos de máxima exigencia. Confianza y convicción. Imanol nos enseñó a ganar en el Bernabéu y en el Camp Nou, ahora queremos asaltar una montaña cada vez menos mágica. Ganar tiene mucho premio. ¡A por ellos!


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