Avellaneda es una ciudad situada al sur del Gran Buenos Aires, en la Costa del Río de la Plata. Esta localidad cuenta con una rivalidad impresionante entre dos clubes laureados mundialmente con títulos y todo tipo de éxitos. Racing, conocido popularmente por La Academia, que viste de txuri-urdin, y el Independiente, cuyo camiseta es roja y que cuenta con mejores resultados en el Superderbi de Avellaneda o el Clásico, como les gusta más denominarlo a ellos, que tiene más de 155 años de historia y que estudios lo han considerado como entre los 15 más importantes del mundo. Como es lógico, sus enfrentamientos han dejado un sinfín de anécdotas, pero una de las más recordadas sucedió el 9 de marzo de 2003 cuando había un hermano Milito en cada bando. Gaby, el mayor, era el central de Independiente y llegó a jugar en el Zaragoza y el Barça, y Diego, el delantero centro de Racing, que luego le dio la Champions al Inter de Mourinho con un doblete inmortal tras triunfar también en La Romareda. Fieles a su competitiva y guerrera naturaleza argentina, dentro del campo de juego solo se veían como rivales y enemigos futbolísticos. Lo explicó en una entrevista Gaby, remontándose a la rivalidad que han protagonizado toda su vida: “Con Diego siempre nos agarrábamos a piñas, claro. Por ahí me pegaba y salía corriendo y yo me enojaba, y cuando lo cazaba… Una vez lo entré a perseguir alrededor de la piscina que había en el fondo. No lo podía alcanzar, justo había un ladrillo, le grité: Vení o te lo tiro, y como no venía, no venía, se lo tiré. A las piernas, eh. Mis viejos a veces ni se enteraban de las peleas, otras tenían que venir a poner orden porque era un descontrol”.
De aquellos polvos llegaron estos lodos. Cuando el destino quiso que se vieran las caras, de forma literal porque el mayor marcaba al menor en el derbi de Avellaneda, sucedió lo inevitable sobre todo en una polémica y ya inmortal jugada en la que el punta de Racing fue derribado por su hermano cuando encaraba la portería y este no dudó ni un momento en reclamar la expulsión: “Lo de Independiente-Racing fue de alguna manera revivir una de esas tantas peleas que tuvimos de chicos. En ese momento, tanto Diego como yo, nos olvidamos de que estaba la gente, la tele, los periodistas, se dio espontáneamente, como tantas veces antes. Él pidió que me expulsaran y yo lo reputeé. Después, nos tocó a los dos el antidoping y seguíamos discutiendo. Y a la noche fuimos a cenar a la casa de los viejos, como todos los domingos, y mi papá puso un poco de orden. No le gustó lo que habíamos hecho”.
Años después Diego lo relataba con gracia en una televisión: “Gaby me llamó de todo. Por supuesto que me dijo hijo de puta. Ahí me giré y le pregunté: Pero qué decís, si es la misma que la tuya…”.
A muchos kilómetros de distancia, hace unas semanas, un obrero que trabaja en las obras de la ampliación de Anfield falleció tras sufrir un accidente. Se trataba de Michael Jones, un declarado hincha del Everton. Al conocer la noticia, todo el plantel del Liverpool, eterno enemigo de su equipo, fue a dejarle un ramo de flores en manos de Jürgen Klopp. En el siguiente partido en Anfield, la afición red se pudo en pie en el minuto 26, edad que tenía Michael, y le rindieron un minuto de aplausos, cantando You’ll Never Walk Alone, incluso con bastantes banderas del Everton ondeando en sus gradas. Terriblemente conmovedor.
Rivalidades. El derbi vasco también cuenta con mucha fama en el mundo del fútbol. Siempre he relatado que yo he ido mucho al viejo San Mamés como aficionado. No voy a entrar a valorar en que cómo te tratan en un lado o en otro, porque desgraciadamente todos hemos sufrido episodios desagradables en campos ajenos. Pero cuando yo comencé a viajar a Bilbao eran años complicados porque el Athletic muchas veces contaba con bastante mayor potencial y lo normal era perder. Recuerdo que el ambiente que se vivía en las horas previas era divertidísimo y que teníamos que aguantar todo tipo de vaciladas. Algunas con más gracia, otras con menos, pero soportábamos el chaparrón con dignidad y buen talante. Ahora que han cambiado de forma radical las tornas, sobre todo después de la final de Copa para siempre, la habitual y divertida fanfarronería bilbaina, que nos machacaba con sus recurrentes “envidiosos y acomplejados” y el demoledor “nunca en Segunda, siempre en Primera” ha mutado en una pérdida de sentido del humor alarmante y digna de estudio psicológico. Y, sobre todo, se ha convertido en el club de los ofendidos, a quienes molesta todo lo que se haga o diga desde el otro lado de la A-8. Me limito a comentar mi experiencia personal, siendo consciente de que trabajo en un medio de comunicación con la repercusión que puede alcanzar lo que escriba o diga. En los últimos cursos han puesto el grito en el cielo, con insultos, amenazas y llamadas a la redacción para pedir mi despido incluidos (hay gente despiadada en este mundo), por las preguntas de una entrevista a Oyarzabal, que no puede ser siempre más respetuoso con el Athletic y si de verdad hubiesen sido polémicas o pretenciosas me hubiera frenado al instante; con las preguntas de un concurso sobre el derbi hecho para divertir y entretener a los lectores y que, además, no hice yo; me han acusado de comparar a Marcelino con Hitler (esta sin duda es la mejor, con algunos directivos del Athletic escandalizados) cuando lo que hacía era compararle con la famosa escena satírica de Hitler con sus generales en El Hundimiento que tantas veces se ha doblado con humor (sí, humor he dicho, para los que no se acuerden de lo que es, gran comprensión lectora, sí); y la última es que se han vuelto locos porque hice la gracia en redes sociales que se le ocurrió al 90% de Gipuzkoa relacionando la aparición frente a Anoeta de un buitre leonado (ya es casualidad, oiga, buitre y leonado) con que eran ojeadores del Athletic al acecho. Esto es lo que hay. Al menos los menos histéricos y benevolentes me daban a elegir la horca, la guillotina y la crucifixión (aún queda gente buena en el mundo, no pierdan la esperanza).
Es lo que tiene no querer entender lo que es esta rivalidad. Preferir vivir con complejos, nunca mejor dicho, y creerse que siguen al nivel de dos gigantes abusones mundiales como son el Madrid y el Barcelona. El Athletic ha elegido un camino y aquí, al margen de sus maniobras en la oscuridad para llevarse a jugadores de todas las edades casi con ansiedad, se le reconoce el enorme mérito que tienen. Ahí están, han fichado a Ruiz de Galarreta, que ya les ha costado traerle de vuelta, y el equipo ha arrancado tan fuerte como siempre. Y cuando se lo cree, como es el caso, se convierte en uno de los rivales más peligrosos del campeonato. Hay que reconocerlo, impresionante.
Pero yo pienso que no les hace ningún bien su famosa y falsa cantinela de que su clásico es otro. Es evidente que llevan décadas tomándose el partido contra la Real como su duelo del año. Sus reacciones posteriores les delatan, pero bueno, que tampoco nos importa demasiado. Espero y deseo que ahora que estamos en un pedestal, con otra vez un partido europeo (en esta ocasión de Champions) a la vuelta de la esquina que nos hace ser prudentes hoy, no caigamos jamás en ese error. Que sepamos siempre quiénes somos, de dónde venimos (sí, hemos estado en Segunda, ¿y?), quién es el eterno rival al que hay que intentar ganar como sea cada vez que jugamos y que entendamos que, normalmente y tal y como se está demostrando ahora, somos vasos comunicantes. Cuando le va bien a uno, al otro no.
Yo hermanos solo tengo uno y se llama Juan (probablemente estará viendo la Ryder porque le da igual el partido), no entiendo mucho de eso, pero de la rivalidad vasca sí y tanto en el campo como fuera deberíamos ser como los Milito. Y en la grada, tan respetuosos como lo son en Liverpool. El partido que hay que sacar adelante siempre es el derbi de casa y el que más nos divierte vencer es el de San Mamés. Así todos los años. Que sea un gran día, que nos riamos mucho todos antes y después del encuentro, que no nos enfademos y, sobre todo y lo más importante, que gane el mejor. Porque eso significará que se han quedado los tres puntos en casa. ¡A por ellos!