Ganó la Real Sociedad en La Cerámica. Y eso que la cosa no arrancó del todo bien. Tampoco es que el inicio de partido deparara grandes ocasiones del Villarreal, ni que el equipo txuri-urdin sufriera en exceso. Pero a un servidor, y parece que a Imanol igualmente, le hacía daño a la vista esa camiseta amarilla con el número 16, totalmente sola, sin marca aparente y campando a sus anchas por zonas interiores, a la espalda de Brais y al costado de Zubimendi. Me refiero a Álex Baena, teórico extremo izquierdo del Submarino cuyo movimiento casi permanente hacia el carril central venía siendo determinante en la resurrección del equipo a los mandos de Marcelino. Resultaba literalmente imposible que nuestro míster no hubiese detectado semejante clave en su análisis previo, así que algo estaba ocurriendo: Traoré no se atrevía a perseguir hasta la zona ancha, y tampoco Aritz a saltar a por el propio Baena, seguramente condicionado por la presencia fijadora en su sector de un amenazante Morales.
En esto del fútbol, arriesgar significa muchas veces lo más seguro, cuento que se aplicó el entrenador realista. De apretar con ese rombo basculante en la presión que tan buenos resultados suele dar y que debía permitir defender con superioridad numérica atrás, pasó a hacerlo al hombre, simplificando así la tarea de varios de sus futbolistas. Sirvió para equilibrar primero el partido, y para tocar después teclas más sofisticadas que terminaron sometiendo al rival, incluidas distintas salidas de tres que hundieron en su campo a los amarillos. Todo acompañó. También Álex Remiro. Porque, digámoslo todo, sin las intervenciones del de Cascante el encuentro podría habernos deparado cierta agonía final, una agonía que no se dio y que, por otra parte, habría resultado lógica. No se suman tres puntos en semejante estadio sin tener que achicar agua en algún momento.
Al fin y al cabo, y aprovechando este último recordatorio, se trata ahora de no perder la perspectiva, de tomar algo de distancia y de disfrutar como el patrón oriotarra nos pide últimamente que hagamos. Su Real, viva en la Copa, ocupa puestos europeos en la Liga después de 16 jornadas, sin que la exitosa y exigente trayectoria en Champions haya penalizado mucho. Este martes espera una atractiva batalla por la primera plaza del grupo, en Milán y frente al subcampeón Inter. Y el domingo viviremos en Anoeta un partidazo contra el Betis, equipo que apunta con rotundidad a rival directo dentro de cinco meses, cuando todo se decida. ¿Las lesiones? Mientras no caiga Zubimendi… Menuda exhibición en Vila-real, esta vez en versión de secante con quien le venía por el retrovisor: pobre Gerard Moreno.
1- LAS DUDAS CON BAENA. El 4-4-2 del Villarreal suele deformarse así en ataque, con Baena (movimiento interior) y Gerard (caída a la mediapunta) ayudando a dibujar un cuadrado medular. La Real no acertó a igualarlo de inicio, pues la salida a banda de Brais para presionar a Pedraza dejaba solo a Baena. Hubo dudas en la zona de Aritz y Traoré a la hora de saltar a por el medio amarillo, quien recibió y generó peligro en el arranque del duelo.
2- UN AJUSTE CAPITAL. No tardó Imanol en variar la disposición defensiva. Las flechas ilustran cómo cambiaron los roles de Brais (dentro con Parejo), Merino (a izquierda con Capoue), Traoré (salto a Pedraza), Zubeldia (marca individual a Morales) y Aritz (emparejado ya sí o sí con Baena). En teoría era más atrevido presionar así, al hombre, pero simplificar determinadas tareas igualó permanentemente el cuadrado amarillo con otro blanco (imagen) y ajustó al equipo.
3- EL ‘MENEO’ PREVIO AL 0-1. Tras media hora de superioridad realista pero también bastante pareja, los cinco minutos previos al 0-1 fueron un monólogo visitante con base en un 3-4-3 ofensivo de dos alturas en la medular. Tierney ejerció de central zurdo. Traoré y Zubimendi, doble pivote, hicieron dudar a Parejo y Capoue. Y la Real halló las espaldas de estos conectando con Merino y Turrientes a través de los circuitos exteriores (imagen).