No he trabajado en otro oficio que éste de juntar letras, así que no sé si en otras profesiones se improvisa como lo hacemos a diario en el periodismo. Tú planificas un tema o una cobertura informativa, pero luego la realidad y la actualidad te cambian los planes y toca improvisar. Y cuando toca improvisar, siempre hay alguien en la redacción que unos minutos antes te da la voz de alarma.

Ayer, tras el partido de la Real en Anoeta, la dio Ramón Sánchez, nuestro jefe de la sección de Deportes. “Iñaki no ha mandado su opi”, dijo en ese lenguaje que usamos en las redacciones en la que una opinión es una opi, una foto de cara es un careto y un apaño en la maquetación es un recórtame esa foto un poquito para que meta más texto.

Era raro que Iñaki no hubiera mandado la opi porque era extremadamente cumplidor. Nunca fallaba. Nunca en los 17 años largos de vida de este periódico había faltado a su cita con los lectores. Mandaba el texto y luego se preocupaba de confirmar que había llegado al destino. Cuando compaginaba la narración de los partidos de la Real con los Beaterios del periódico, preguntaba por la hora de cierre y se aplicaba para mandar su texto una vez acaba la conexión con la radio, los primeros años en Herri Irratia y luego en Onda Vasca. En verano, antes de que volviera la temporada de fútbol, nos llamábamos porque siempre preguntaba, como los deportistas, si seguía una temporada más. “Iñaki, estás renovado de por vida, con cláusula automática”, le decía.

Su proverbial don de gentes hacía que te lo encontraras en pleno casco viejo de Hondarribia ejerciendo de guía turístico de toda la plantilla del Barcelona B de balonmano o comiendo en el Zalain con un campeón del mundo de un deporte minoritario, de esos deportes a los que cuidaba como oro en paño. Cuando era tu cumpleaños -y de eso pueden dar fe decenas de deportistas- era como un reloj suizo: siempre se acordaba de felicitarte.

Gran conversador, el deporte, la comida y los viajes eran, por este orden, sus temas de sobremesa preferidos. Te hablaba de platos exquisitos en restaurantes de los que nunca habías oído hablar, de desplazamientos en coche imposibles, de tiendas donde comprar productos gastronómicos, de anécdotas en hoteles, alguna confesables y otras inconfesables… Si buscabas y no encontrabas un teléfono complicado de conseguir, te lo facilitaba porque su agenda de contactos era infinita.

Una entrevista no acababa cuando el deportista abandonaba el estudio de radio sino después, con el cafelito, que era cuando se abrían paso las complicidades. Porque callaba más de lo que contaba, bien en las ondas, bien en el papel, negro sobre blanco. Le gustaba que las entrevistas fueran en la radio. Cara a cara. Para conocer al deportista y a la persona. Por esa razón, no le gustaba el corsé, las trabas que en los últimos años los clubes nos imponen a los periodistas para realizar entrevistas. Si te encontrabas con él, hablabas de la Real, del Bidasoa, del club de remo de Hondarribia, del trabajo y, cómo no, del buen comer y de la farándula, de Anita Obregón o de lo que terciara.

Era de los de sillón-bol, de sentarse y ver una retransmisión tras otra. Hoy, tras preparar alguna receta de las suyas, se sentaría y se metería una buena ración de deporte. Para empezar, la Lieja-Bastogne-Lieja, luego el Barça-Atlético con otro ojo en la final del Godó; a la hora de la merienda el Lasa-Altuna y el Mirandés-Burgos (que seguro que algún jugador conocido juega en alguno de los dos equipos), y para cerrar la final de la Copa de balonmano con el Bera Bera. Y mañana de tertulia en el Kai Alde. Genio y figura.    

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