La Real Sociedad 'aprende' a compaginar Liga y Champions League

Las comparaciones siempre son odiosas. Y más dentro de un contexto tan cambiante como el del fútbol. Se trata de un deporte que ha evolucionado una barbaridad desde 1981, cuando la Real Sociedad protagonizó su primera participación en la Copa de Europa (actual Champions). Sin embargo, la propia historia txuri-urdin venía hablando continuamente de lo dificultoso que resulta, para equipos como el blanquiazul, compaginar la Liga y la máxima competición continental, una especie de obstáculo que no se les atraganta tanto ya a los proyectos sólidos y avanzados. Precisamente por ello, el paso adelante del equipo durante esta última campaña no atiende tanto a cifras o a estadísticas como al hecho de haber cumplido con los objetivos marcados dentro de un panorama muy exigente. Puede afirmarse, en definitiva, que la recién concluida ha sido la mejor de las temporada blanquiazules que han incluido en el calendario la propia Champions.


Hay un dato que resulta evidente y que procede comenzar citando. Durante el ejercicio 1981-82, la Real jugó la Copa de Europa y conquistó su segunda Liga. Sin embargo, aquel curso no debe ser considerado muestra de lo que significa alternar ambas competiciones. Entonces, el máximo torneo continental se disputaba únicamente mediante eliminatorias, y los txuri-urdin cayeron a las primeras de cambio contra el CSKA de Sofía búlgaro. A 30 de septiembre, y habiéndose celebrado únicamente dos de las 34 jornadas del campeonato local, la Real ya estaba exenta de pensar en posibles encuentros continentales, lo que sin duda facilitó la renovación del título obtenido un año antes en El Molinón.

Tiempos más difíciles

Aquella segunda Liga consecutiva lograda por la Real propició, lógicamente, una segunda participación en la Copa de Europa, y aquella experiencia continental resultó mucho más larga y exitosa que la anterior. Los de Alberto Ormaetxea eliminaron a los islandeses del Vikingur, a los escoceses del Celtic y a los portugueses del Sporting lisboeta, antes de caer en las semifinales frente al Hamburgo alemán. Fue un camino exigente que, unido al también descrito en la Copa del Rey, dejó a la histórica plantilla de las dos Ligas sin su quinto billete europeo consecutivo. La lista de pasaportes se quedó en cuatro al terminar el equipo en la séptima posición clasificatoria, a seis puntos de la época (las victorias solo otorgaban dos) del quinto. Por aquel entonces, el sexto y el séptimo no acudían a Europa.

Después tuvieron que pasar 21 años hasta que la Real volviera a una Copa de Europa que, en la campaña 2003-04, se denominaba ya Champions League. El subcampeonato logrado con Denoueix en el curso anterior permitió una participación que se saldó con segunda plaza en la liguilla (tras la Juventus y por delante de Galatasaray y Olympiacos) y eliminación en octavos contra el Olympique Lyonnais. La propia Champions supuso aquel curso, en cualquier caso, un elemento enturbiador, pues las rotaciones del técnico galo en la visita a la propia Juventus enrarecieron ya el ambiente, aún en el mes de octubre. El mismo equipo que había rozado la gloria un año antes sufrió para certificar la permanencia liguera en Primera División.


Un paso intermedio

Finalmente, lo vivido durante el curso 2013-14, con Jagoba Arrasate a los mandos de la nave txuri-urdin, significó algo así como una transición, en lo referido a gestionar el binomio Liga-Champions. A la campaña anterior, la de la cuarta plaza, le siguieron un relevo en el banquillo y la salida de un referente como Asier Illarramendi, pero la Real consiguió certificar un nuevo billete continental, siendo séptima y clasificándose para la Europa League con la obligación de jugar dos previas en verano. Una temporada notable en lo estadístico dejó también, sin embargo, la sensación final de que el equipo llegó a las últimas jornadas agotado y con muchas dificultades para competir manteniéndose fiel a su propuesta, algo que la escuadra de Imanol sí ha podido hacer en estas semanas recientes. Se trata, sin duda, de un síntoma de madurez que los txuri-urdin querrán volver a acreditar en el próximo curso 2024-25.


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