Estábamos advertidos de qué podía pasar. Por eso a las 17:00 horas la Avenida de Madrid era una insólita arteria fantasma, el alumnado hacia rato que había desalojado el colegio Amara Berri y algunos comercios bajaban la persiana. Como quien espera un tifón. La industria del fútbol, que no es lo mismo que el fútbol, hace parecer normal cualquier realidad que de normal no tiene nada.
Los precedentes habían ocupado páginas y páginas los días anteriores al partido de Anoeta. Más de uno se preguntaba por qué gente como la que terminó lanzando los objetos campan a sus anchas en las noches europeas. Si no se podía evitar. Otros cuestionaban si en lugar de en el Boulevard y Alderdi Eder, no podían pasar el día en algún otro punto alejado de la vida cotidiana, no sea que un día una turba intente entrar a la fuerza en el Ayuntamiento o en la delegación del Gobierno Vasco.
Ni los ultras de la Roma, ni los del Benfica, el PSG o los del Anderlecht la han liado en exceso (¿dónde situamos el listón de “en exceso”?) en sus puntos de encuentro del Centro de la ciudad. Los incidentes y las cargas vinieron después de las kalejiras turísticas. En el caso de los belgas, dentro del propio Estadio de Anoeta. Quienes lanzaron esos asientos, cristales y objetos son los únicos culpables de lo ocurrido.
La prensa belga, que en la previa se reconocía sorprendida al conocer el despliegue policial, quizá entendió en ese momento por qué esas medidas. O quizá relativice lo sucedido. Total, sus jugadores aplaudieron a los hinchas al término del encuentro. Como hacen todos. El victorioso club visitante rechazó el episodio a través de su jefe de prensa, los jugadores lo hicieron en las redes sociales y a otra cosa. En el fútbol belga, el derbi de Amberes entre Royal Antwerp y Germinal Beerschot fue suspendido el domingo por lanzamiento de bengalas, algunos hinchas del Brujas hicieron el miércoles saludos nazis en Graz y el jueves, los del Gent dejaron su huella en Stamford Bridge.
Parte de la afición del Gent no se ha tomado bien la broma y ha respondido lanzando bebidas y trozos de plástico a la del Chelsea. https://t.co/BU1wtHeRk3 pic.twitter.com/S277PLqtNE
— Manuel Sánchez (@ManuSanchezGom) 3 de octubre de 2024
La Real, ante el espejo
Lo ocurrido contra el Anderlecht pone frente al espejo la rueda de prensa que el presidente de la Real, Jokin Aperribay, corrió a dar la noche del Benfica. De la dureza prometida contra aquellos ultras (“la Real va a ir penalmente a por todos los delincuentes que han lanzado las bengalas”) no hemos vuelto a saber. En esta ocasión, la comunicación del club ha sido por el momento un escueto comunicado de cuatro líneas. El entrenador y el capitán han tenido que poner los puntos sobre las íes.
Algunas de las medidas que se tomaron hace un año para evitar males mayores han quedado tocadas. Bien porque para romper los paneles de metacrilato algún ultra haya burlado los controles e introducido alguna herramienta desde el exterior, bien porque hayan arrancado algún material en el Estadio y lo hayan empleado contra los paneles o bien porque reventaran a las bravas parte de unos paneles de protección que no han protegido. No lo sabemos, habrá que saberlo.
Ultras del Anderlecht lanzan objetos en Anoeta Ruben Plaza
Anoeta y la Real suman demasiadas noches del terror (el listón aquí es obvio: uno ya son demasiados). Cinco participaciones europeas consecutivas tienen su cara B, sin poder olvidar el oscuro preludio de la visita del Zenit de San Petersburgo: en el último año natural, los episodios de los choques contra Benfica, PSG y Anderlecht han convertido en una quimera ir a Anoeta con plena seguridad y tranquilidad. Menos aún a la Grada Familiar. Obligada a recibir visitantes en su casa, la Real es la responsable de proteger a su afición en Anoeta. Por muchas reuniones que solicite a la UEFA.
Lo que primero fueron escupitajos y bolsas, ayer fueron bengalas hoy son sillas rotas. Cambian los objetos, la historia se repite. Como la pregunta de por qué la grada visitante está sobre la Grada Familiar, que Aperribay trató de explicar en la pasada junta de accionistas. En esto ni el capítulo ni el libro son nuevos, sino el viejo miedo en el cuerpo de niños y de adultos. El problema es de base: ninguna localidad de ningún estadio es óptimo para ubicar a unos violentos.
🔵⚪[#Realsociedad] Los ultras del Anderlecht arrojan asientos a los aficionados de la Real Sociedad
👉🏻https://t.co/kl2jvX68Tq pic.twitter.com/UqXh2LPQ2k
— Noticias de Gipuzkoa (@NotGip) 3 de octubre de 2024
Las sanciones de la UEFA
Baste por empezar a entender que la violencia en el fútbol (ni fuera de él) no es ningún fenómeno meteorológico como el huracán que parecía que iba a atravesar Amara. Un ejemplo: en la jornada del partido de Lisboa la pasada temporada, el Comité de Control, Ética y Disciplina de la UEFA sancionó a 16 de los 32 equipos de la fase de grupos por las conductas de sus gradas. La mitad de los equipos participantes en la Champions.
La multa mayor se la llevó el PSG por su partido contra el Milan, donde hubo amago de invasión parcial de campo. La UEFA sancionó con 98.000 euros al equipo parisino que ganó el encuentro y con ello, tres puntos en la clasificación y casi tres millones de euros.
La UEFA que a esta hora del viernes no se ha pronunciado de lo sucedido en Anoeta es la misma que aplicó la máxima del The Show Must Go On cuando Aitor Zabaleta fue apuñalado horas antes de un partido de una de sus competiciones europeas, la misma UEFA que hace cinco años eligió un país como Azerbaiyán como sede de la final de la Europa League y el conflicto diplomático impidió al armenio Henrikh Mkhitaryan jugarla. Como para pedir que ningún representante de la UEFA suspendiera un partido por que lanzaban sillas de plástico que no amenazaba a nadie del terreno de juego.
¿Qué se le dice al niño o niña de Amara que podía estar en la Grada Familiar y que esa tarde las razones de seguridad le dejaron sin la última hora de clase en su cole? Lo sucedido en Anoeta interpela a muchos. De la respuesta que den el Anderlecht —que nos importa lo justo—, la Real y la UEFA dependerá que Anoeta vuelva a ser un campo más seguro. Aquel al que apetecía ir.