Me hace gracia, porque mientras veía por 5.587 vez El Rey León, me quedé con que en la selva imperaba el ciclo de la vida. El ciclo sin fin que va pasando de padres a hijos. Mientras el Rey León sigue con vida nadie discute su reinado (bueno, salvo un hermano envidioso y “malo, malo” y “feo feo”, como bien le llama mi hija Lucía cuando aparece el fariseo y pendenciero Scar). Por motivos obvios, nunca me ha gustado mucho relacionar a los realistas con leones, me he identificado más con las cebras y con sus regates escapando de sus rugidos y sus ataques hasta lograr el título de la Copa Para siempre, pero si me meto en la película preferida actualmente por mi hija, de la que me sé diálogos enteros, y la traslado a la situación actual txuri-urdin, Imanol sigue siendo el rey león y no se atisba un cambio de ciclo al estar completando una temporada sobresaliente le pese a quien le pese, a 90 minutos de otra final de Copa, en los octavos de toda una Champions después de superar al mejor de Italia, que le dio un buen baño al Atlético en la ida; al mejor de Portugal, que ya ha pasado ronda en Europa; y al futuro campeón austriaco; y en puestos de Conference en la Liga, en el hipotético caso de que se clasifique esta noche para vivir otra velada histórica. Ni aunque nos pongamos en lo peor en las ilusionantes semanas que vienen, un escenario factible y posible porque la Real lucha ante auténticas fieras, no creo que haya nadie en la selva que se acerque a lo que nos ha dado, nos da y nos dará Imanol.
Pregunta de Trivial, quesito naranja, desde los años de la generación de oro, a finales de los 70 y principios de los 80, ¿saben cuántas veces se ha jugado la Real un pasaporte para toda una final en casa? Solo una, la de la temporada 2013-14 con Jagoba Arrasate cuando, en plena época negra de Negreira, González González dejó sin apenas opciones a la Real en la ida, donde acabó cayendo 2-0, y en la vuelta solo pudo empatar 1-1 ante el gran Barça de Messi. Ni en la Copa de Europa tuvimos la posibilidad de resolverla en Atocha contra el Hamburgo.
Todavía recuerdo como si fuera ayer el 0-4 de la anterior final en 1988 en el Santiago Bernabéu, que yo estaba esquiando con el colegio en Panticosa y en nuestro albergue había otro colegio de Madrid. La situación casi acabó como el rosario de la aurora, pero no olvidaré jamás que al llegar a casa de vuelta mi aita me dijo que me llevaba a Madrid a ver la maldita final contra el Barça. El pobre tenía un cargo de conciencia terrible porque no me había permitido ir a la de Zaragoza del año anterior y me había metido esa misma noche, pocos minutos después de la parada de Arconada a Quique Ramos, en un autobús vía Bruselas para aprender francés cuando la ciudad ya era una fiesta.
Ese mismo curso, tampoco me dejó viajar a San Mamés para ver la vuelta de la semifinal, pero el 0-0 de la ida me obliga a estar con todos los sentidos alerta. En los últimos minutos, con la Real con dos menos por expulsión y un lesionado, el Athletic aceptó las tablas sin goles al pensar que en la vuelta sentenciarían la eliminatoria con su público. La rueda de prensa de Toshack al término del choque con los periodistas bilbainos presentes casi celebrando el pase a la final fue para mí de las mejores que protagonizó en la Real: “Ammmm, creo que hemos logrado más del 50% del pase a la final con este resultado”. En la vuelta, 0-1 con gol de Bakero y directos a la gloria. Imagino que Javier Aguirre y el Mallorca estarán pensando algo parecido. Sospecho y me temo que sí. De momento, ya dejó la perlita de que prefiere leer un libro en vez de seguir otro encuentro de la Real. Perro viejo…
Las semifinales siempre son retos distintos. Para muchos jugadores son la antesala de poder afrontar el partido de sus vidas, con todo lo que ello conlleva. No hay más que recordar el Athletic–Osasuna de la campaña pasada o lo que sufrió el Betis contra el Rayo después de habernos vapuleado en la derrota más dura de la era Imanol hasta la fecha. O el mismo envite contra el Mirandés (2-1 y 0-1) en el inmortal 2020.
Me niego a aceptar como algo normal que la Real esté a 90 minutos en casa de jugar toda una final de la Copa del Rey. No me entra en la cabeza que mucha gente no valore lo que está haciendo este equipo a pesar de un error gravísimo en la planificación del 9 que se va a arrastrar toda la temporada y se está agravando en los partidos decisivos. Y ahí siguen los jabatos, en la cresta de la ola a pesar de que en la Liga les está costando mantener la regularidad y la competitividad.
Lo dijo Merino, que para lanzar este tipo de mensajes es de los mejores: “Si algo ha hecho durante todos estos años este equipo es demostrar que se puede confiar en él en todo momento. Llevamos unos cuantos años de la mano de Imanol jugando y presionando de una manera, dejándonos la piel en el campo. No lo vamos a dejar de hacer ahora. Afrontamos el partido con toda la ilusión del mundo. Es motivo suficiente para creer en este equipo. Si nosotros no perdemos la ilusión, que nadie lo haga, porque este equipo va a dar guerra siempre hasta el final, aunque esté pasando por el peor momento posible, aunque haya lesiones. El martes iremos con todo”.
Semifinal de Copa Mallorca – Real Sociedad: Las notas de Mikel Recalde
Mikel Recalde
Poco más que añadir. No puedo estar más de acuerdo. Tiene que ser terrorífico jugarse el partido de tu vida en un Anoeta encendido gracias a una comunión perfecta entre afición y equipo. Con una grada que sigue tan enamorada de su equipo que no le reprocha nunca nada en el campo ni con una decepción tan grande como la del viernes. Frente a un anfitrión al que la impotencia de no poder festejar con su gente multiplicó su deseo por volver a ganar, pero con la madurez del que ya conoce el camino al éxito. No lo olviden, mientras aquí perdemos el tiempo tirándonos los trastos, fuera nos temen.
Me refiero a los otros semifinalistas. Los tres. Saben que jugarse todo a una carta contra el equipo que mejor jugó en la fase de grupos de la Champions no es una buena idea. Y como conocemos desde hace cinco años, suele ser la versión que despliega las noches de esmoquin como la de hoy. No se desunan, si la Real gana al Mallorca, todo se verá de forma muy distinta y hasta pensaremos que el PSG será el siguiente en caer. Ya lo verán. Hakuna matata (o alguna patata que diría mi querida Lucía). No se puede fallar cuando a lo lejos ya volvemos a vislumbrar la puerta del Olimpo txuri–urdin y nos morimos de ganas de reabrirla. ¡A por ellos!