[A por ellos] "Un amor que nadie puede entender", por Mikel Recalde

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No importa el país que sea, la Copa es muy cruel. La gloria se la lleva solo uno y el resto va eludiendo como puede la palabra fracaso para que no le afecte en exceso el resto de la campaña. Solo una gesta heroica o una siempre meritoria campanada ante un gigante te asegura el reconocimiento unánime de los tuyos. Lo hemos comprobado esta campaña, aunque sea en realidad muy injusto, porque la Real se quedó a un penalti de la gran final y el sabor que nos dejó fue de amargura absoluta.

Hemos entrado ya en la fase final de la temporada. Con el ingrediente novedoso de que parece que el año que viene vamos a jugar con el Sanse y entrenador nuevo porque se van a ir todos (confiamos en que al menos nos dejen seguir jugando en Anoeta) y, con la habitual guillotina del concepto en clave peyorativa de realada que a algunos les encanta mantener siempre presente. Con nuestro palmarés, imagínense lo que pensarán, por ejemplo, los aficionados del Pogon Szczecin, que ha perdido la final de Copa contra el histórico Wisla Cracovia que se va a quedar sin su ansiado regreso a la primera división. Este club de Pomerania, que nunca ha ganado nada, se quedó con la miel en los labios al ver cómo un Satrústegui, exosasunista, le empataba en el descuento y luego le ganaba en la prórroga. ¿Se lo imaginan? No quedan fustas en las tiendas de Gipuzkoa para flagelarnos. Pero la Copa es un torneo mágico que siempre deja historias legendarias. Una de las más bonitas esta temporada la ha protagonizado Anders Christiansen, capitán del Malmo. Mi equipo de cabecera en Suecia por mi amiga la periodista Alexandra Johnson. Al parecer los vikingos daneses están viviendo emociones demasiado fuertes, porque al igual que su gran estrella Eriksen en la pasada Eurocopa, este mediocentro se desplomó en un entrenamiento por un grave problema en el corazón. No estamos hablando de un cualquiera, sino del capitán del mejor equipo actual del país escandinavo, que ha sido nombrado cuatro veces como el mejor jugador de la liga sueca. En realidad, cuando militaba en la Superliga de su país ya le habían diagnosticado que tenía un corazón más grande de lo normal, aunque le dieron permiso para competir. Tras el desmayo que sufrió hace justo un año, el 24 de mayo de 2023, y después de recibir en principio buenas noticias, una resonancia magnética desveló que sufría una enfermedad severa y que tenía que dejar la práctica del fútbol a sus 33 años. Se puso en manos del mismo médico que recuperó a Eriksen y, tras colocarse un marcapasos, fue superando todas las pruebas que le practicaron hasta tener que firmar un permiso en el que aceptaba la responsabilidad por si algo sucediera.

Siempre muy vigilado, volvió a entrenar en enero y no volvió a competir hasta hace una semana en la goleada al AIK Solna. Este miércoles el Malmö jugó la final de copa contra Djurgarden. El entrenador decidió darle entrada en el minuto 86 en un partido de máxima exigencia, 1-1. El envite se decidió en los penaltis y Chistiansen transformó con frialdad el primero de una tanda que acabaron ganando.

SuperBrais

¿Se lo vuelven a imaginar? Aquí estaríamos yendo a buscar a sus casas a los médicos con antorchas. Y es cierto que no es justo que siempre nos pongamos en lo peor en los problemas de lesiones cuando tenemos en nuestra plantilla al futbolista que ha protagonizado las dos recuperaciones más espectaculares de la temporada tras sendas operaciones, que se dice rápido. Estamos hablando de SuperBrais, el mismo que te juega 90 minutos en Cádiz solo doce días después de que Capoué le rompiera el brazo con una patada que a mí me hubiese mantenido en cama un mes (más por miedo por si vuelve que por el propio dolor) y que unas semanas después regresa a los entrenamientos cuando no había pasado ni un mes desde que se rompiera el quinto metatarsiano del pie derecho. Un contratiempo que nos dejó sin un título de Liga al sufrirlo Xabi Alonso en una concentración con Euskadi en diciembre de 2002. Cuando me enteré casi me dio un jamacuco, como al pobre Christiansen.

No es solo que cuente con unas condiciones físicas innatas extraordinarias, que también, lo importante en este gallego es que quiere. Que no le importa llevar al límite el riesgo de una posible recaída. Que se sacrifica por el bien del equipo, más que por el suyo personal. Imagino que es a esto a lo que se refería Xabi Prieto cuando decía que en cuanto un fichaje entra en el vestuario de Zubieta se le trata como un canterano más. ¿Cómo no vamos a considerar a Brais como uno de los nuestros si se juega el pellejo cuando corre, por mucho que digan tenerlo controlado, un riesgo evidente de sufrir la misma lesión que, apunten bien, le fastidiaría sus merecidas vacaciones de junio? Si me apuran, porque yo siempre defiendo que en los años que lleva en la Real no ha habido una injusticia mayor en la selección que Luis Enrique y De la Fuente no le hayan llamado nunca. Incluso pondría en riesgo su última carta para ir a la Eurocopa. Y créanme, los futbolistas de ese nivel siempre creen que llegará su momento.

Menos mal que nos lo pusieron de pechofrío y de que tenía facilidad para borrarse. Y encima se pensaban que nos lo habían clavado por 14 millones de euros. De lo primero, se encargan de desmentirlo sus hechos y su insuperable compromiso; de lo segundo, su juego y sus datos. Sus regresos en tiempo récord me recuerdan a otros episodios míticos que se producían antaño, como cuando Karpin se quitó la máscara pocos días después de romperse la nariz en plena explosión durante su segunda temporada o las cuatro lesiones y las dos conmociones cerebrales en una semana de Merino, que se enfadó porque no le permitieron jugar en estas circunstancias en la vuelta ante el Leipzig.

Cuando reapareció Christiansen, publicó en sus redes sociales un mensaje sencillo pero a le vez conmovedor: “Un amor que nadie puede entender”. Seguro que Brais lo comprende, porque está hecho de esa misma pasta. Y tras ganar la Copa, ilustrada con una fotografía suya en la cama del hospital, publicó otro con el lema “346 días después”. 38 días más tarde, Brais vuelve para seguir persiguiendo gloria con la txuri-urdin. Él se dedica a eso. ¡A por ellos!

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